Demasiado tarde por Diego Cosío
Demasiado tarde
Por Diego Cosío
Joel García manejaba por la calle de San Isidro. Eran aproximadamente las seis y media de la tarde. El clima había estado soleado por la mañana, pero después se puso nublado. No se reportó ningún bloqueo ese lunes, así que la circulación fluía con relativa normalidad. A través del retrovisor, Joel veía el sombrío contorno del sol que se filtraba a través de las nubes.
Por Diego Cosío
Joel García manejaba por la calle de San Isidro. Eran aproximadamente las seis y media de la tarde. El clima había estado soleado por la mañana, pero después se puso nublado. No se reportó ningún bloqueo ese lunes, así que la circulación fluía con relativa normalidad. A través del retrovisor, Joel veía el sombrío contorno del sol que se filtraba a través de las nubes.
Llegó
a la intersección con la recta de Esquipulas. El semáforo aún no había sido
reparado por las autoridades, así que los conductores debían ser precavidos
para evitar problemas. Joel, pisó el acelerador sin fijarse.
Una
camioneta que venía a toda velocidad tuvo que frenar para evitar el choque y
casi se estrella contra un poste. Joel empezó a reír y aceleró todavía más. Los
puteros y las cantinas de la recta de Xoxocotlán pasaron rápidamente ante sus
ojos.
Miró
el retrovisor. La camioneta se había incorporado, y ahora lo perseguía a gran
velocidad. Se volaba los topes y cada vez estaba más cerca. Joel evaluó sus
posibilidades. Podía ser que el conductor de por sí manejara de esa manera, o
podía ser que no. No valía la pena arriesgarse. Así que él también aceleró a
tope. Metió quinta y el velocímetro se acercó a los ciento veinte kilómetros
por hora. Sin embargo, una fuerza sobrenatural parecía empujar a esa camioneta.
Cada vez se acercaba más.
A Joel se le ocurrió que sería buena idea llamar a la policía. Sacó su celular y marcó el número de emergencias. Le tomó un rato darse cuenta de que el aparato se había quedado sin batería. Lo arrojó al asiento de copiloto y trató de llegar a los ciento cincuenta, pero el camino estaba muy maltratado.
La
camioneta estaba cada vez más cerca. Llegó un punto en que estaba a menos de un
metro. Y aun así no se detenía. A Joel se le ocurrió una última idea. Había una
callejuela a unos quinientos metros. Se cambió de carril y la camioneta se le
emparejó. Sin siquiera voltear a ver quién la conducía, frenó completamente y
entró hacia la callejuela. A la camioneta no le dio tiempo de replicar la
maniobra. Sólo se escuchó el derrape que hizo al intentarlo. Joel aceleró a
fondo.
Empezó
a golpear el volante mientras sentía que la vida volvía a estar en sus manos.
Tomó la primera desviación a la izquierda y pensó que lo mejor sería zigzaguear
un rato para despistar a su perseguidor.
Las
casas eran todas iguales y las calles estaban vacías. Parecía como si nadie
viviera en esa colonia. Joel nunca había estado ahí. Después de un rato, había
dado tantas vueltas que ya no se acordaba de cómo regresar a la recta de
Xoxocotlán. Vio una pequeña tienda en la entrada de una casa y se estacionó.
Bajó del coche.
Había
manchas en el piso grisáceo y la poca mercancía de los estantes estaba empolvada.
Un hombre de unos setenta años barajaba unos naipes en el mostrador. Lo hacía
con solemnidad, en silencio. Tenía una barba abundante que le cubría las
mejillas y utilizaba una camisa de mezclilla que le quedaba muy holgada.
–
Oiga amigo, necesito su ayuda. ¿Cómo le hago para salir de esta colonia?
–
Eso depende, muchacho. ¿A dónde quieres ir?
–
A la recta de Xoxocotlán.
–
¿Ese es tu destino final? – el anciano sacó un cigarro sin filtro, lo encendió
con unos cerillos y exhaló el humo de la primera fumada por la nariz.
–
Tal vez amigo… en fin, ¿lo sabe… cómo salir de aquí?
–
Cualquiera podría hacerlo, pero tú no.
–
¿A qué se refiere con eso?
–
Ya lo sabrás muchacho… te queda un error. Sólo uno… sí señor.
–
Como sea. Gracias por nada.
El
anciano no respondió y cinco minutos después Joel manejaba por esas calles
interminables. Viró a la derecha, hacia un callejón. Segundos después la
camioneta que lo había perseguido entró también. Aceleró y se acercó
rápidamente al coche de Joel. La vida había escapado una vez mas de sus manos. Él
también aceleró y cuando tomó la primera desviación hacia la izquierda, se
encontró a sí mismo en una brecha de terracería que por fin lo sacaba de esa
colonia. Le tomó unos minutos llegar al punto donde el camino se terminaba.
Frenó
y la camioneta también se detuvo a unos veinte metros. Dos tipos con pinta de
rancheros salieron con toda la calma del mundo y caminaron hacia donde él
estaba. Joel miró el paisaje que tenía enfrente. La luz rojiza del atardecer
brillaba al pie de la montaña y una bandada de golondrinas volaba sin ninguna
prisa sobre las copas de los ahuehuetes.
Se
habían terminado las opciones. Apagó el motor de su automóvil, puso la palanca
de velocidades en neutral, reclinó el asiento y esperó a ver qué pasaba.
Diego Cosío. Avecindado en Oaxaca desde hace varios
años, estudia el noveno semestre de la licenciatura en Derecho en la Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma "Benito
Juárez" de Oaxaca.
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