Cuchillitos de Guadalupe Ángela

Cuchillitos de Guadalupe Ángela

Los textos que aquí presenta Guadalupe Ángela son breves. La mayoría de alrededor de cien palabras. Algo extraordinario que sucede con todo tipo de miniatura es que su pequeñez, paradójicamente, “agranda” su presencia.
Así aparecen, digo yo, los textos de Guadalupe Ángela: agrandados por su brevedad, que finalmente los convierte en un elemento gráfico que sobresale del espacio blanco de la página, como un pequeño exvoto en el altar. Esta primer característica subraya de entrada al texto como objeto. Objeto visual. Objeto textual. De pronto demasiado evidentemente tipográfico. Es tipografía navegando en el agua blanca del papel.
Estos misterios textuales a punto de despertar en el lector que se acerca a ello, son, ciertamente, puertas. Puertas imantadas que nos atraen. “Atractores extraños”. O bien, son una caja de sorpresas. ¿Qué hay del otro lado? No voy a decir que la cotidianeidad es transgredida en los textos de Guadalupe Ángela, tal como la tipografía transgrede la continuidad muda y blanca del papel. No... pero presiento, adelantándome a la recepción de los demás lectores, que algo le pasa a nuestra idea de lo cotidiano, de la realidad cotidiana. Es como si sutilmente, tras leer cualquiera de estos textos, esa realidad cotidiana se hubiera alterado sutilmente, de modo que, cuando nos volvemos para mirarla, ya no está como la dejamos.
Esa es la función del arte. Se trata de un efecto de ruptura del continuo perceptual, en donde las cosas no nos sorprenden ya, sino que damos por sentado que así son y ya. Cuando ese continuo se rompe, estamos frente a la experiencia estética, y frente a súbitas revelaciones: presentimos lo que hay detrás, lo que hay adentro, lo que está debajo, y que mirábamos sin mirar. Habría que pensar si las experiencias estéticas producen lo que algunos autores de otros tiempos llamaban goce estético, o si también existe el sufrimiento estético.
Puedo decir que en el caso de Guadalupe Ángela, se trata de textos con un discreto y constante timbre gozoso, aunque a veces estén también tan inadvertidamente cerca del sufrimiento. Al fondo, una voz amorosa se ensaya para entonar un arrullo.
También se trata de textos que narran acontecimientos insólitos. Pero, y ese es uno de sus valores, son apenas insólitos, de tal manera que parecieran no despegarse precisamente de la referencia a la vida cotidiana en que buscan sumergir al lector. Ahí está su potencial revelador, y su contenido de sorpresa: producen un efecto de extrañamiento. Se trata de una literatura de lo extraño. No de lo fantástico, ni de lo maravilloso, en general, aunque de pronto se asoma alguna alegoría cuando aparece “un oso blanco asesinado”, o un salto a lo maravilloso, en el texto que inicia: “Cuando Ana leía...” Se trata también, tal vez forzando un poco el término, de especie de parábolas de lo cotidiano, en donde la paradoja acecha a los personajes, que de pronto pasan de una suave y dispersa ensoñación a un encuentro con la aspereza del mundo.
Como en todo texto breve, minicuento, cuento ultracorto, minificción, o cualquier otra categoría, la economía y la precisión exigen una agudeza de qué diré... ¡De joyero-equilibrista! Y este es el caso con esta colección de textos.
Por otro lado está su proximidad con el poema en prosa,  “galería” de imágenes, y especialmente de imágenes orientadas a la visualidad. Muchas de ellas podrían ser pintadas como cuadros. Se me ocurre que es una nueva forma de hacer bocetos. Me pregunto si podremos los escritores vender estos bocetos para que alguien los pinte. Guadalupe podría.
Es la descripción —brevísima, apenas una ojeada—, la que construye las imágenes, a veces a través de una despojada enumeración, más minimalista que imaginista: no el símbolo, sino la cosa, a la manera de un poeta como William Carlos Williams.
Estas son las sorpresas de la caja que, con sabiduría de miniaturista, escribió Guadalupe Ángela para los afanes lectores de buscadores de tesoros mínimos, pero invaluables.

Fernando Montesdeoca






Guadalupe Ángela, Oaxaca, 1969. Su obra se encuentra publicada en Cocodrilo Poeta, Tierra Dentro, la Casa Grande, Literal, Ciclo Literario y en la revista local Luna Zeta. Fue becaria del FOESCA en 1999. Cursó la Licenciatura en la Enseñanza de Lenguas Extranjeras en la BUAP y la maestría en Literatura Mexicana de la UABJO. Ha participado como coautora en diferentes ediciones manufacturadas. En 2004 presentó la plaquette de autora: Hiedra de Luz. Forma parte de la antología Tres ventanas a la literatura oaxaqueña actual, Almadía, 2005 y de la antología: Oaxaca, 7 poetas, Almadía, 2006.

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