"Abas, el hombre" por Jessica Santiago Guzmán
Abas, el hombre
Por Jessica Santiago Guzmán
I
¿Cuántos más
huiremos esta noche? ¿Cuántos por haber lanzado la misma piedra? Ayer, trescientas
miradas condenaron al noble de Abas. Ayer todos lo odiaron, todo el mundo se le
vino encima con su tierra, con el lodo que había esperado treinta años para ser
removido. Nadie creía que el conejo desaparecería dentro del sombrero, ¿o qué
esperaban? El acto de magia se llevó a mi Abas; sí, claro que fueron más de
trescientas almas, ¡fue todo el mundo! Las lágrimas que le sangraron me dolían
también a mí. A mí también me lapidaron ayer. Ni a los perros se les trata así,
Abas, ¿por qué no levantaste ni las manos? Han dicho que el delito fue de
ambos, que el castigo para mí vendría una vez que diera a luz. Que se oigan, Abas:
¡dar a luz! No aquí, no cerca de ellos. Al quedarnos en esta casa, en esta tierra,
nos condenamos a morir, Abas, por eso te dejo. Todos deberíamos estar huyendo,
esta noche debería llenarse de prófugos. El mar vendrá y revolverá tu sepulcro,
los jirones en que dejaron tu carne llenarán el puerto, ondearán de ida y
volverán a la playa cuando amanezca. Y yo habré partido en las mismas aguas,
estaré lejos mañana temprano. Perdóname, Abas, y perdónalos a ellos que no
saben lo que hacen.
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Jessica Santiago |
II
Llegó un niño
de la mano de su padre a trabajar al puerto de la Merca. Grandes y muy negros
sus ojos, atentos a la gente, al mar lleno de barcas. Dejaron Balcad hace tres
días; una casa llena de hermanas desnutridas y sucias, atestada de animales y
mala fortuna. Su madre, una mujer flaca con el cabello color cuervo envuelto en
una manta gris, los despidió desde la calle, donde el viento levantaba
remolinos de tierra. Ahora, frente al mar, el niño no sabe dónde guardarse
tanto azul, tanta ola, y no suelta la mano de su padre. Un grupo de mujeres va
y viene, pasan con canastos de algodón a la espalda; algunos hombres sucios y
dorados desfilan detrás de ellas, riendo. Ninguno ha notado la mirada asustada
del pequeño Abas. Los niños juegan con una caja de cartón, otros más están
sentados con los dedos dentro de la boca, ninguno observa el mar como Abas, ninguno
tiene tanta hambre como Abas.
III
Se imaginan que
será varón. Y es que siempre se ansía que sea hijo y no una niña la que venga.
Cuando yo iba a nacer le pronosticaron a mi madre que tendría un niño; una
mujer enorme de la plaza le sostuvo la mirada y, en una carcajada, le reveló
que su primer hijo sería un varón: “Crecerá muy sano, tu niño, pero aléjalo de
la tierra. Toda tu descendencia”, le dijo, “deberá partir hacia el mar.” Y
ahora mi bella Camav se lanza con nuestro hijo al destino que mi madre no
escuchó y guardó en secreto. Los comerciantes que acompañan a Camav en el
batel, se imaginan que será un varón,
porque siempre se desea un hijo.
IV
Ya amanece. Se
extiende el mar hasta donde la esperanza nos lleva. Detrás de mí el azul del
alba que permea las casas, tan blancas; delante de mí el azul de la angustia,
de la tierra que no sé dónde me aguarda. Los hombres ya habrán dejado sus
esteras para ir a trabajar, y las mujeres ya estarán preparando los alimentos.
Han olvidado todo, han sepultado a mi Abas preguntándose si obraron bien,
llegando siempre a la conclusión de que no importa, de que ya han cumplido con
obrar. ¿Qué día es hoy?, pregunta una mujer enorme sentada junto a mí, mientras
se remueve las faldas y pierde los ojos dentro del agua. ¿Qué día será?, me
pregunto, ¿qué días los que vienen?, si es que la fortuna los deja venir. Abas,
dejé la Merca, y como hace tanto tiempo tú dejaste a tu madre, hoy nuestro hijo
se embarca para abandonar también Somalia. ¿A dónde vamos, Abas, a dónde nos
lleva este mar?
Yo siempre le decía a su padre:
“Ibrahim, ese niño tiene algo, ¿ya lo has notado? Se duerme dentro de
las canastas, se duerme en las barcas cuando acompaña a mi hijo de pesca, ¡se
duerme todo el tiempo!” Siempre le recordaba “Ibrahim, cuida a tu hijo”. Y él,
hombre como sólo los hay en Balcad, de donde venían, ya casi un anciano, me
respondía siempre: “No le
pasa nada, es que no le gusta andar al sol. Y soltaba una risa queda, pero tan sonora
que daba miedo escuchar; sólo si se tenía de amigo a Ibrahim, como yo, uno
tenía la seguridad de que esa risa no venía desde el mismísimo infierno.
VI
Al alba, las mujeres fueron a
buscar a Camav, desde ayer nadie la ve; todo el pueblo supone que no fue al
terreno donde lapidaron a Abas, que estaría escondida de vergüenza en su casa,
o donde su madre, por más que los del Shabab hubiesen querido que presenciara
el castigo. Pero nadie sabe que estuvo ahí al medio día, casi al frente, en la
fila de las mujeres que aún con las manos en la boca, con las manos flacas,
hieráticas, lanzaron alguna piedra. No encontraron a Camav, ni en su casa ni
donde su madre. Qué alivio habrían sentido de encontrarla entre los enormes
cestos de algodón, o atendiendo a los niños, o sentada frente al mar con las
manos juntas sobre las rodillas. Pero no, nadie ha visto a Camav desde ayer.
VII
Claro que compadezco a Camav,
pobre muchacha atormentada, pero ley es ley, aquí con peores razones que en
cualquier otro pueblo. Camav es buena, todas las mujeres en Merca son buenas;
también los hombres lo son, pero Abas, ¡pobre Abas!, no debió actuar de esa
forma. ¡Qué diría su padre si lo viera!, se moriría de nuevo mi buen Ibrahim de
haber visto a su hijo enterrado hasta la cintura, tan buen muchacho, con las
manos paralizadas sobre el suelo; y la mirada, ¡los mismos ojos que le vi
cuando era un niño! Los hombres del Shabab, orgullosos, seguro no pensaron ni
por un momento en Ibrahim, que tan bien les trabajó durante años. Seguro
tampoco se acordaron del niño que fue Abas, ni del niño que fuimos todos
nosotros en esta tierra. ¡Pobre muchacho!
Abas, te he dejado en una tierra
que no es la tuya, lleno de escombros y de odio, lleno de las frágiles miradas
de los hombres que no entendieron, lleno de sus leyes divinas. Vine a alumbrar
a Mareg. Tan pronto como desembarcamos y entré al pueblo, busqué asilo. La
mujer enorme del bote me ayudó, me miró a los ojos y dijo ¡Pobre niña,
pobrecita!
Ha nacido una niña tan hermosa,
querido Abas, tan brillante su piel, como el mar cuando amanece y el sol no
atina a colorearlo todo.
Jessica
Santiago Guzmán, Oaxaca,
1991. Estudia en el Instituto de Investigaciones en Humanidades de la UABJO. Ha
participado en talleres y cursos de creación literaria
Cuento basado en una nota
periodística:
06/11/2009 - 23:12 (GMT)
Islamistas en el sur de Somalia lo someten a su ley y a su novia embarazada le espera el mismo castigo una vez dé a luz.
Islamistas en el sur de Somalia lo someten a su ley y a su novia embarazada le espera el mismo castigo una vez dé a luz.
Islamistas
en el sur de Somalia lapidaron a un hombre hasta la muerte por adulterio,
mientras que a su novia embarazada le espera el mismo destino una vez dé a luz.
Abas Hussein
Abdirahman, de 33 años, fue ejecutado en frente de una muchedumbre de 300
personas en la ciudad porteña de Merka.
Un
funcionario del grupo al-Shabab dijo que la mujer sería sometida al mismo
castigo cuando tuviera su bebé.
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